Inserté el audífono derecho en el oído, me cercioré de que no estuviera mal puesto porque con tanto aire pierdes el efecto de la estereofonía apenas con un huequito y dirán que estoy loco, pero creo que tener los oídos bien tapados al acceso de aire te permite escuchar el venir de un carro por detrás.
Pensé todo el día anterior en que quería poner mi lista de rockcito mientras rodaba y ahí voy luego luego a seleccionarla para dejarla en volumen bajo en lo que entraba a la carretera donde dependiendo del grosor del acotamiento es el volumen que va tener la música durante la rodada.
Se nos hizo tarde para rodar (para variar) y el destino del día era más cerca porque decidimos cambiar ruta e ir a un festival de jazz que se estaba presentando en una playa bien fresa que estaba muy cerca de Natal, la cual habíamos escuchado mencionar justo ahí unos días antes: Praia do Amor en Pipa.
Montamos nuestras bicis y agarramos ruta por dentro del vecindario de las afueras de una pequeña ciudad, nos medio perdimos un poco y eventualmente logramos dar con la salida a una carretera angosta, de dos carriles y bastante bien pavimentada. El camino tenía pinta de que se iba a poner interesante.
Solté el manubrio izquierdo, me puse el otro audífono, cambié de mano y con la derecha subí el volumen usando el control del manos libres. En ese momento pasaron al frente de mi atención los guitarrazos de una canción de Soundgarden que no se como se llama pero que es del Superunknown y puse en automático esa cara que pones, mordiendo el labio inferior con toda la parte interna de los dientes de arriba, frunciendo tanto el ceño como la nariz de que está bien chido lo que se está escuchando. “Ya valió verga”, pensé.
Entonces empieza a suceder, conectas una cantidad indecible de ideas y movimientos a los sonidos que estas escuchando…
Cuando una canción es rápida y con buenos riffs como Hail, Hail de Pearl Jam empiezas a respirar al ritmo de la rola, en inspiraciones largas y en aspiraciones aún mas largas lo que te permite tener muy buena potencia para esas subiditas constantes que nos ha dado lo que va de Brasil.
Cuando una canción no es tan rápida e incluso cuando aparecen esas power ballads que se me colaron como Maybe de Candlebox la cosa es distinta porque tratas de que los pedaleos sean congruentes con esas armonías largas que usualmente tienen.
Combinado a eso está lo que he denominado como “la escala de memorabilidad de la rola” que es que tanto te gusta, te inspira o te recuerda a algo. Usualmente cuando es muy memorable, me la sé y entonces el “me gusta como se escucha” evoluciona a “y además significa algo” lo cual en la mayoría de las ocasiones implica que me ponga a cantar como loco a medio camino. Si no es tan memorable entonces me suelo quedar en el modo de que lo que se escucha es lo que va afectando la experiencia.
Una de las cosas más pinches bonitas que pueden suceder es cuando la canción o secuencia de canciones se adapta a la situación en la que vas rodando. Cuando bajas, quieres una canción bien pinche rápida. Cuando vas de subida quieres una canción que tenga un chingo de energía para inspirarte. Pero lo que no tiene madre es que coincida el cambio de velocidad de una canción a una modificación en la pendiente del camino o que el nombre o tema de la canción coincidan con algo que esté pasando en el entorno como la lluvia, el viento, el calor, los agujeros en el camino o hasta el color del coche que va pasando.
Ese día rodé uno de los caminos más chidos hasta ahora; cortito, como de 20 o 25 kilometros. El sol estaba justo en ese punto de las 4 de la tarde donde ya está perfilándose para despedirse; acá ha estado obscureciendo bien temprano. Primero unas curvas largas que se metían entre elevaciones muy leves del paisaje, después empezamos a tener el clásico camino que Brasil nos ha puesto de frente hasta ahora que consiste en una recta con subidas y bajadas largas. Hasta que de repente, de la mitad para el final, se puso artero y cambiante como pocos. Unas 2 o 3 subidas bien difíciles, una de ellas hasta me hizo parar porque creí que la llanta de atrás estaba ponchada, cosa que no era cierto. Hasta que llegué a Colombia aprendí a rodar caminos cuesta arriba con música, solía abrumarme mucho el calor combinado con el esfuerzo.
Pero como nos enseñó Oaxaca y Panamá, a esas subidas siempre les correspondió una bajada igual de empinada y deliciosamente larga donde lográbamos bastante velocidad como tenia tiempo que hacíamos, lo cual tenía como aderezo el viento en contra que no ha dejado de soplar de frente en todo el litoral del Nordeste. Grandes pastizales, una que otra hacienda y nubes esponjosas de atardecer en todo el derredor.
Ese día me hizo muy feliz el haber tenido todo el tiempo que tuve en Colombia para hacer esta lista (y otras tantas) que quedo perfecto para este camino tan chingón que no sentí nada pesado a pesar de que lo fue.
Entré al pueblo y era como regresar a esas playitas bohemias bien fresas llenas de pousadas bonitas, bares escandalosos, clases de surf y cantidad de turistas por todos lados como muchas que hemos encontrado hasta ahora.
Mientras reconocía la zona el rock seguía sonando y era evidente que venía saliendo de un disfrute muy particular porque no desdibujaba la sonrisa que mantuve durante todo el trayecto.
Llegué a un entronque donde, a unos metros, había una pequeña plaza con un escenario en el cual estaba un tipo con una guitarra pero no logré llegar hasta ella ya que un letrero que decía “Ponto do Açai” atrajo mi atención a un lado mio. Fue en ese momento en que me quité los audífonos y en el establecimiento donde estaba a punto de comprar mi premio por una rodada tan maravillosa también estaban escuchando a los Red Hot Chilli Peppers.
MATCH
Prácticamente el soundtrack de tu vida se da solito.
jaja….Be happy my friend.